Lo que tú crees de Dios es la característica más importante de toda tu perspectiva del mundo. Míralo de esta forma: de todas las cosas que alguna vez podrías estudiar o en las que reflexioanr, nada podría ser posiblemente mayor que Dios. Por tanto, tu perspectiva de El automáticamente tiene ramificaciones más contraproducentes que ninguna otra cosa en tu sistema de creencias. Lo que piensas de Dios automáticamente influenciará tu modo de pensar sobre todo lo demás, especialmente cómo priorizas tus valores; cómo determinas lo bueno y lo malo; y lo que piensas de tu propio lugar en el universo. Eso a su vez, sin duda alguna determinará cómo actúes.
El mismo principio es tan cierto para el ateo redomado como lo es para el más fiel creyente en Cristo. Los efectos prácticos e ideológicos del escepticismo son tan potentes como los de la sincera devoción, sólo que en la dirección opuesta. Alguien que rechace a Dios, ha repudiado el único fundamento razonable para la moralidad, la responsabilidad, la verdadera espiritualidad, y la necesaria distinción entre el bien y el mal. Por tanto, la vida privada del ateo inevitablemente se convertirá en una viva demostración de los males de la incredulidad. A pesar de cualquiera que sea el grado en que algunos ateos busquen mantener una apariencia pública de virtud y respetabilidad, al igual que cuando ellos mismos hacen juicios morales sobre otros, son contradicciones andantes. ¿Qué posible «virtud» podría haber en un universo accidental sin ningún Legislador y ningún juez?
Las personas que profesan la fe en el Todopoderoso pero se niegan a pensar seriamente en El son también ilustraciones vivientes de este mismo principio. La hipocresía del superficialmente religioso tiene un impacto práctico e ideológico que es tan profundamente importante como la fe del creyente o la incredulidad del ateo. De hecho, la hipocresía tiene potencialmente implicaciones aún más siniestras que el ateísmo declarado debido a su carácter engañoso.
Es la cumbre de la irracionalidad y la arrogancia llamar Señor a Cristo con los labios mientras se le desafía abiertamente con la vida que uno lleva; sin embargo es precisamente así como viven multitudes de personas (Lucas 6:46). Tales personas son ejemplo aún más absurdos de contradicción en sí que el ateo que puede negar la Fuente de todo lo que es bueno y al mismo tiempo ser de algún modo bueno él mismo. Pero el hipócrita es no sólo más irracional; también es más despreciable que el ateo acérrimo, porque realmente está realizando flagrante violencia a la verdad mientras finge creerla. Nada es más completamente diabólico. Satanás es un maestro a la hora de disfrazarse a fin de parecer bueno y no malvado. El «se difraza como ángel de luz. Así que no es extraño si también sus ministros se disfrazan como ministros de justicia; cuyo fin será conforme a sus obras» (2 Corintios 11:14-15)
No es, por tanto, un accidente que las palabras más duras de Jesús estuvieran reservadas para la hipocresía religiosa institucionalizada. El llevó a cabo una controversía pública muy agresiva contra los principales hipócritas de su época. Ese conflicto continuó implacablemente hasta el día en que fue crucificado. De hecho fue la principoal razón de que ellos conspirasen para crucificarlo. Por tanto, la campaña de Jesús contra la hipocresía ocupa un énfasis destacado, si no dominante, en los cuatro evangelios.
Pero nuestro punto de partida es una verdad que debería ser evidente por sí misma: realmente, sí importa si creemos que la Biblia es verdad o no; y de igual modo importa si nuestra fe es sincera o no.
Tomado del libro: «El Jesús que no puedes ignorar» Pastor John Macarthur.
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