Romanos y Martín Lutero

Queridos amigos, nos volvemos a encontrar, volvemos a tratar un tema interesante que hace unos días tocamos, el versículo uno de Romanos, pero hoy veremos que dice Martín Lutero, al respecto, por lo tanto mis queridos amigos que llegarón por aquí, preparese un buen café, aunque si quiere un Jamba Juice, porque la calor que tenemos en estos días, esta como para bañarse en hielo, pero aquellos que seguimos con nuestro Starbucks, pues adelante, bienvenidos, pero lo más importante, sea con café, agua, Coca Cola, etc., que no falte en vuestras manos su Biblia, yo utilizo la Reina Valera de 1960, me parece la mejor traducción, las últimas en donde hay adaptaciones a la forma que se habla hoy en día como que nos puede llevar a errores, la razón, dependiendo del país, la forma de hablar, la de utilizar los modismos puede llegar a confusión o a una dudosa interpretación, pero en fin seguimos, y ya le dije, olvidese de su smarthphone, sobre todo si no contesta los textos que se le envía, no creó que le llegue a manejar el lector de libros que es más complicado, como dijo la esposa del pastor el domingo, hay Biblias económicas de hasta 5.00 dolares, por lo tanto lo digo despacito: «comprese una», empecemos.

Dice Luerto, Por mi parte, no puedo creer que las personas a quienes Pablo dirige esta carta, y a quienes titula amados de Dios, llamados, santos, hayan sido de índole tal que el apóstol se haya visto en la necesidad de intervenir a causa de la discordia que reinaba entre ellos, y de llegar a la conclusión de que todos ellos eran pecadores. No; si ellos eran cristianos, lo sabían y se daban cuenta de ello precisamente a base de su fe. Yo creo más bien que Pablo quiso aprovechar la ocasión de escribir a aquellos fieles a fin de que tuvieran el testimonio de un gran apóstol en pro de la fe que ellos profesaban y de la verdad en que habían sido instruídos, en su lucha contra contra los judíos y gentiles en Roma que aún eran incrédulos y se gloriaban de sus perfecciones humanas, rechazando y deningrando la humilde sabiduría de los creyentes. Estos creyentes por aquel entonces no tenían otra alternativa que vivir entre esa gente, y oir y decir cosas que era imposible armonizar, como lo hace notar el apóstol también en 2 Coritnios 5:12: «No os recomendamos otra vez a vosotros, sino que os damos ocasión de gloriarnos por nosotros, para que tengáis con qué responder a los que se glorían en las apariencias y no en el corazón». Veamos por lo tanto el texto, hasta el pasaje donde dice: «Porque el evangelio es poder de Dios» (Romanos 1:16). Contiene enseñanzas prácticas más bien que abstractas, porque el apóstol enseña en primer término, mediante su ejemplo personal, cómo un guía espiritual debe actuar para con los que están bajo su cuidado.

Pues es propio de un ministro prudente de Dios hacer que su ministerio sea honrado y respetado por parte de aquellos entre los cuales es ejercido.

Propio de un ministro fiel es, empero,  no caer en excesos en el ejercicio de su ministerio sin abusar de él para halagar su propia vanidad, sino desempeñarlo sólo en beneficio de los que han sido confiados a su cuidado.

Un ministro de Dios debe ser un «siervo prudente y fiel» (Mateo 24:45). El que no se esfuerza por ser lo primero, es decir, un siervo prudente, llega a ser un ídolo, un perezoso, una persona indigna del honroso título de «siervo de Dios». Así, los que con una mal entendida humildad tratan de llevarse bien con todo el mundo en todo, y aspiran a ser populares entre sus feligreses, necesariamente pierden la autoridad que como regentes debieran poseer, y la familiaridad engendrará el desprecio. !Cuán grave es el pecado que estos ministros imprudentes cometen! Las coss que son de Dios y que fueron confiadas a ellos, las exponen al riesgo de ser pisoteadas en lugar de cumplir con su cometido de hacerlas respetar y honrar en la forma debida. Por otra parte, si el ministro de Dios no se esfuerza por ser lo segundo, es decir, un siervo fiel, llega a ser un tirano que constantemente atemoriza a la gente con su poder y quiere que se lo tenga por una persona temible. En vez de afanarse porque su ministerio produzca el mayor provecho posible para los demás, se afana porque infunda el mayor miedo posible, a despecho de la advertencia del apóstol de que aquel poder le fue conferido al ministro no para destrucción sino para edificación. Pero digamos en concreto cómo se llaman estos dos males: se llaman indulgencia excesiva y rigor excesivo. Respecto a la excesiva indulgencia leemos en Zacarias 11:17 !Ay del pastor inútil que abandona el rebaño» Y acerca del excesivo rigor dice en Ezequiel 34:4: «Con dureza y con violencia los habéis gobernado». Estos son dos males básicos de donde nacen todos los demás errores de los pastores. ¿A quién le habría de extrañar?. Pues la indulgencia excesiva se funda en los malos deseos, y el excesivo rigor, en la ira no dominada. Y de estos dos errores proceden todos los demás males, como bien se sabe. Es, por lo tanto, cosa de sumo riesgo hacerse cargo del ministerio sin que hayan sido abatidas primeramente estas dos bestias, cuya perniciosidad aumenta en la medida en que tienen acceso al poder que las capacita para causar daño. A través de todo el prólogo o preambulo de la carta, el apóstol se presenta a sí mismo como luminoso ejemplo de oposición a estos dos monstruos. En primer término describe con vivos colores la gloria de su ministerio, para evitar que sus filigreses lo vilipendien como hombre perezoso y demasiado indulgente. Y en segundo lugar, para no ser tenido por tirano y hombre violento, se conqusita el afecto de los suyos mediante toda suerte de demostraciones de su buena voluntad, con el objeto de prepararlos, con esta mezcla bien proporcionada de respeto y amor, para la recepción del evangelio y de la gracia de Dios. Por ende, siguiendo el ejemplo del apóstol, todo pastor de la iglesia debará, cual animal de pezuña hendida y limpia, discernir primeramente con ojos bien abiertos entre su propia persona y su oficio, esto es, entre la «forma de Dios» y la «forma de siervo» (Filipenses 2:6-7) y, estimándose a sí mismo siempre como el más insignificante entre todos los siervos, desempeñar su ministerio con una mezcla de temor y amor. Deberá empeñarse en hacer solamente lo que redunde en beneficio de los que son objeto de su ministerio; y, consciente de que toda la labor del pastor existe para, y tiene como meta, el crecimiento saludable de los pastoreados, no debiera titubear en renunciar a su cargo al comprobar que ese crecimiento de los pastoreados no se produce, o que su propia persona es factor que lo impide. Por cierto, este es el pecado más grande que un pastor puede cometer: si por el uno o por el otro de estos dos errrores, o por ambos, impide que su ministerio rinda su fruto; y harto difícil le resultara dar cuenta de su mayordomía.

Aquí nos quedamos, este fue un texto extraído de un libro «Lecciones sobre la Carta a los Romanos» de Martín Lutero, que fue escrito entre los años 1515 y 1516, un año antes de que publicara las 95 tesis publicadas por él el 31 de octubre de 1517, mi amigo, pronto seguiremos con lo escrito por Lutero, esperamos seguir viendonos y sobre todo seguir aprendiendo sobre nuestro creador, ahora, tome su Biblia, ore, y lea Romanos y buesque entre las líneas no escritas las palabras que el Espíritu Santo tiene para usted, cuidese y bendiciones.

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